Prácticas convenientes en la sociedad respecto a la religión.
Las discusiones religiosas son entre todas las discusiones las que exigen más reserva y cuidado; pues frecuentemente, sin darnos de ello cuenta, la conciencia se pone al servicio del orgullo.
Si el principio fundamental de la buena crianza consiste en no lastimar a nadie en su amor propio, placeres o intereses, con mucha más razón se exigirá respetar las creencias. Hacerse un juego de la fe, este sentimiento poderoso, íntimo, casi involuntario, delante del que retrocede la ley; entregar al tormento de la duda a corazones aun piadosos y tranquilos; despertar el espíritu de fanatismo y de cólera religiosa; pasar para unos como un imprudente , para los otros como un infame, para todos como un enemigo de la política y de la tolerancia; tales son los tristes frutos de las burlas contra la religión, burlas casi siempre inspiradas por el deseo de hacer brillar el talento.
Estos resultados tienen lugar sin ninguna excepción: los sarcasmos impíos hieren siempre la reputación de las personas de saber; pero son aun más escandalosos en los labios de las mujeres que deben sin cesar mostrarse amables, puras, libres de pasiones; de las mujeres a quien Bernardino de Saint-Pierri designa con tanto sentimiento como justicia por el nombre de "sexo piadoso".
No es nuestro ánimo proscribir las alusiones ligeras y espirituales, las comparaciones sacadas de los libros santos, hechas, por otra parte, con gracia y talento. Así se puede preguntar a uno si tiene dolor de contrición de su negligencia en visitaros o escribiros. Interpelados acerca de la época desde cuando tenéis tal costumbre podéis responder: desde la eternidad, etc. Creemos inútil multiplicar estas inducciones que estamos lejos de citar como ejemplo; bastará añadir que únicamente un rigorismo exagerado pueda reprobarlas y que la ocasión solamente puede darlas alguna vez un mal carácter.
Las discusiones religiosas son entre todas las discusiones las que exigen más reserva y cuidado; pues frecuentemente, sin darnos de ello cuenta, la conciencia se pone al servicio del orgullo. Si no os sabéis poseer; si por otra parte no os sentís con bastante fuerza de lógica y gracia suficiente, o al menos la necesaria facilidad y pureza de locución para combatir con buen resultado, evitad las disputas; evitadlas por temor de comprometer a los ojos de los débiles la religión que defendéis y por temor también de adquiriros un ridículo indeleble. Mas por otra parte, cualquiera que sea la necesidad que sintáis de eludir los argumentos de vuestro adversario, cualquiera que sea vuestro triunfo y la propensión de vuestro talento o carácter, no cambiéis nunca en chanzas una discusión seria; perderíais al instante todas vuestras ventajas y aun vencido vuestro antagonista se levantaría al ruido de esta reflexión tan verdadera: "las burlas no prueban nada".
Por lo demás, manifestando en todas las ocasiones un sincero y profundo respeto por la religión, guardaos sobre todo de proclamar vuestra piedad. No hableis a los demás de vuestra parroquia, de vuestro confesor, o de vuestras prácticas religiosas. Si no os distinguis del vulgo se os tomará por un hipócrita o por un entendimiento limitado; si por el contrario os recomendáis por un mérito superior, se creerá que os complacéis orgullosamente en hacer conocer el contraste que existe entre vuestro gran talento y vuestra humilde fe.
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