Modales que revelan la buena o mala educación
Los gestos y acciones que hacemos a diario nos revelan, en gran medida, la educación recibida
Por sus acciones les conoceréis. Las acciones cotidianas
Aquella urbanidad
Como en los modales de cada individuo, su conversación, porte y demás actos, se revela la buena o mala educación, que ha recibido, debemos esforzarnos en ser urbanos con todas las personas, de todos modos y en todas circunstancias.
Comportamientos que debemos evitar
Abstengámonos, pues, de ejecutar delante de ninguna persona cualquier acto que signifique inercia, desaliño o falta de limpieza; como estirarse, bostezar, roerse las uñas, restregarse la nariz o las orejas, rascarse la cabeza o cualquiera otra parte del cuerpo, eructar, extender las piernas estando sentados, reclinar la cabeza en el respaldo de la silla, etc., etc.
Menos aún debemos ejecutar aquellos actos que, por naturales que nos parezcan, causen asco a los demás; como esgarrar, sonarse la nariz, o mirar el pañuelo después de haberlo hecho, limpiarse la excrecencia de los ojos y la suciedad de las uñas o los dientes, tocarse el interior de la boca o las orejas, y aun escupir debemos evitar. Cuando por suma necesidad nos viéremos en la precisión de ejecutar alguno de estos actos, lo haremos con prontitud y sin ruido, procurando no dejar suciedad a la vista de los demás.
Al toser o estornudar, tendremos la precaución de cubrirnos con el pañuelo, la boca o la nariz para no salpicar a alguna persona.
No debemos hacer visajes, gestos ni contorsiones.
No debemos tampoco poner el brazo en el respaldo de la silla de otra persona, ni el pié en ios barrotes de ella.
No debemos dirigir la palabra a otra persona, teniendo el puro o cigarro en la boca.
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Evitaremos restregar en el suelo ninguna cosa cuyo estridente rechinido cause escalofríos, contracciones nerviosas o sensaciones desagradables. Debemos entender lo mismo de cualquier otro ruido, sonido, etc.
También debemos evitar todo juego de manos brusco, propio solamente de la gente vulgar; como darse manotadas, patadas, golpes, empellones, arrojarse piedras, tierra o cualquiera otra cosa que pueda ensuciar la ropa.
Mas aún, debemos abstenernos de cometer la grosera e inurbana acción de dar a oler a alguna persona, cualquiera cosa fétida o picante, untarle grasas o cosas asquerosas, y mancharle sus vestidos intencionalmente.
El acto de desnudarse, y sobre todo, descalzarse en presencia de otra persona, es enteramente incivil, y nunca debemos ejecutarlo.
Evitaremos, siempre que nos sea posible, tutearnos con ninguna persona, a menos que fuere de nuestra íntima familia, o con aquellas personas con quienes desde la niñez, hemos usado este tratamiento.
No debemos dejarnos llevar de los ímpetus de la cólera ni las impresiones fuertes; ni reír a carcajadas, hacer algazara, exclamaciones estrepitosas, gritar descompasadamente ni asombrarnos de todo, pues son defectos que solo se ven en personas de mala educación.
Abstengámonos de hacer ostentación de nuestro mérito, talento, prestigio, nacimiento, riqueza o comodidades, y de ninguna otra cosa que indique orgullo o vanidad.
Ménos aún debemos hacer alarde de nuestros vicios, defectos, faltas o caprichos, porque esto solo está reservado a la gente inmoral y libertina.
No debemos vituperar los vicios y faltas de toda persona, pues sería mostrarse intolerante con los demás, y el rigor solo debemos usarlo con nosotros mismos.
Jamás revelaremos las faltas de otras personas, remedaremos sus defectos corporales ni atacaremos su amor propio.
Tampoco debemos publicar los servicios que hemos hecho a otra persona, ni nos creamos autorizados para reprochárselos por motivo de infidelidad o ingratitud.
El secreto que se nos hubiere confiado debemos guardarlo escrupulosamente, tanto para corresponder a la confianza que han hecho de nosotros, como para no comprometer el honor o reputación de la persona que confió en nuestra discreción.
No debemos mirar a las señoras con descaro, atrevimiento ni detención, ni con fijeza a las personas a quienes la naturaleza hizo imperfectas, ni a las que por su pobreza o malas circunstancias usaren un traje humilde.
No debemos fijar la vista en lo que otra persona lee o escribe, ni acercarnos tanto a ella que pueda percibir nuestro aliento.
Nunca debemos excusarnos de la persona que nos busca, principalmente si hemos contraído con ella compromisos que debemos llenar o satisfacer.
Cuidemos de retener los nombres de las personas con quienes hubiéremos sido presentados, pues la flaqueza de memoria lastima a todo individuo a quien se le dirige la palabra titubeando o ignorando su nombre, cuando debiéramos saberlo.
No debemos permitirnos la libertad de dar consejo a otra persona, cuando no lo solicite, a menos que nos autorice una estrecha amistad e íntima confianza.
Manifestemos siempre, dificultad en creer todo hecho malo o acción indigna de las personas que conocemos, y cuando no pudiéremos dudar de ello, excusémoslas con aquellas razones que atenúen su falta, poniendo de manifiesto sus virtudes y cualidades.
No debemos rehusarnos a contribuir con lo que nos permitan nuestras circunstancias a un proyecto de beneficencia, mejora material, solemnidad pública, y todo aquello que fuere en provecho de algunas personas, o satisfactorio para nosotros y los demás.
Por último: tengamos siempre presente, para normar nuestra conducta, en lo que concierne a este capítulo, que todo hecho, palabra, acto o postura que manifieste inmoralidad, indignidad o falta de limpieza o de pudor, hace reforjar dolorosamente el mérito y reputación de la persona que lo ejecuta, y basta, muchas veces, para calificar la educación y sentimientos del individuo.
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20089
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